Por la costa del Yatay


Por la costa del Yatay
Muchas veces nos hacíamos la rabona, íbamos a pescar al muelle o al arroyo, para eso ya teníamos guardado los cañizos en alguna planta de mío mío, sin que sepan nuestros padres por supuesto, a veces nuestra pesca se transformaba en un infierno porque aparecía Don Euclides con su caballo blanco que nos corría y quería agarrarnos para llevarnos a la policía, el era agente, y posiblemente con la misión de controlar a los gurises que hacían la rabona, creo que era lo único que hacía, nos enloquecía con su viejo caballo tordillo, todos los caminos de huidas posibles, atajos, senderos, y todo otro lugar de escape.
Pero el fuerte nuestro era el pajal que conocíamos al detalle ese lugar un poco de paja brava y un poco de barro, mucho más por supuesto que el policía de caballo flaco y viejo, podíamos burlar su persecución fácilmente recorriendo lugares difíciles de transitar con caballo.
Cuando eso ocurría debíamos de suspender por un largo tiempo nuestras escapadas a la hora de la  escuela o de la siesta.  
 Recuerdo que en cierta ocasión, nos encontrábamos bañando en el muelle, lugar muy peligroso por la profundidad del agua, remolinos traicioneros y lleno de palos, alambres rocas sumergidas que era un terror nadar ahí en esas condiciones, fuera de las vigas que abundaban sumergidas en ese lugar, debido al desprendimiento de los troncos y maderas  y quedaban varadas en ese lugar del muelle. Después del chapuzón subíamos al muelle por unas escalerillas de hierro que todavía existen, y o sorpresa, sentado sobre nuestras ropas  estaba un marinero,
Así que nos llevó detenidos desnudos a la Prefectura, a pesar de que nosotros le rogábamos que no nos lleve, estaba inflexible, de pronto uno de los gurises, astuto como un zorro, hizo que se resbaló y cayó a las profundidades del agua del Uruguay y empezó a gritar que se ahogaba, la fuerte corriente lo arrastraba y se hundía sacando solamente las manos.
El marinero al ver que se ahogaba el gurí desprendió rápidamente de su armamento y correaje  y con uniforme y todo se arrojo al rio, en ese momento el gurí ágil como un gamo se acercó rápidamente aprovechando que el marinero todavía se encontraba debajo del agua, salió rápidamente del agua, aprovechando nosotros de desaparecer en gran velocidad hacia el monte.
Nunca más volvimos al muelle porque es de suponer que si el marinero nos agarraba seguro que íbamos a quedar detenidos y pasaríamos muy mal momento, aunque sea por unas horas en la Prefectura.
En nuestra huida, siempre estaba el petiso que cuando las papas quemaban agarraba gran velocidad en sus desplazamientos, si viera como disparaba el también, sin talonearlo ni nada por el estilo, porque si eso ocurría se paraba de golpe ofuscado y no caminaba más, así que ojito con gritarle mucho.
Simplemente le hablábamos y le pedíamos que galopara porque el enemigo nos venía pisando los talones. Era maravilloso, como si presintiese el peligro y tomaba la resolución que correspondía en ese momento que pasábamos y allí nomas salía a todo escape, en ese momento galopaba y todo a pesar de su gordura y gran barriga.  

Después de esa pequeña aventura debíamos ir en busca de las lecheras de mamá, que seguro nos estaría esperando con ansiedad, una por conocernos bien y otra porque siempre la costa representa algún peligro. A la vuelta de las lecheras el cochengo de Doña Trini era un manjar, siempre acompañado de algunas tortas fritas de harina de maíz o harina blanca o si por ahí alcanzó una buena galleta grande de Don Olegario Pereyra, hermano del carpintero de papá, Coco, eso ya era demasiado, como para completar el manjar.  
En el Yatay o en el Río Uruguay, nos dedicábamos a nadar carreras contra la corriente o a favor, practicábamos el crol o algo así se escribe, aprendimos de la revista Selecciones del Readers Digest, nos dio buen resultado, decía la revista que este estilo es practicado por los indios sioux de Estado Unidos para cruzar las corrientes de agua muy rápidas.
También hacíamos travesías en la desembocadura del arroyo Yatay con el Rio Uruguay, que es muy torrentoso y lo hacíamos con tanta facilidad que fue copiada por los otros gurises que nos veían, de paso le enseñábamos bien para que puedan cruzar el rio sin inconvenientes.